Hay un oratorio salesiano en el cielo. La puerta siempre está abierta. El último en llegar ha sido Saged Mezher, un muchacho “musulmán” de nuestra escuela de electrónica, del campo de refugiados de Dehesha, en Cisjordania. Estaba estudiando para obtener su diploma de bachillerato cuando los soldados entraron al campo para arrestar a la gente y comenzaron los violentos tiroteos. Es difícil detener a los hombres con ametralladoras en sus manos. La gente corría a esconderse gritando. Los gritos de los heridos se escuchaban hasta el cielo y también hasta el corazón de Saged, que formaba parte del grupo de primeros auxilios del campamento. Salió de la escuela, se puso el chaleco con la insignia del grupo y corrió a rescatar a unos hombres heridos que yacían en el suelo. Estaba tratando de levantar a un hombre que había sido golpeado cuando una bala le atravesó el pecho. Lo llevaron al hospital de Hussein y posteriormente a un hospital especializado. Tres horas de cirugía. Pero no había nada que hacer.

Augusta es una joven de 20 años, cuando sonríe se ilumina su rostro, con esa mirada franca y llena de vida. Nadie imaginaría que es una sobreviviente de las calles de Freetown-Sierra Leona. Esta joven podría perfectamente auto definirse como una “guerrera” en su perfil de Facebook y no mentiría.

Jóvenes tumbados en sus camas, con sus audífonos puestos, mirando fijamente el celular, solo esperando que pase el día y venga el siguiente. Esa es la imagen de millones de chicos cada domingo por la tarde. Una realidad que un inmenso número de jóvenes viven hoy en medio de una situación de vacío existencial, como lo señala el psiquiatra austríaco Victor Frankl, refiriéndose a una existencia sin valores.  Es un mal que crece como una epidemia en nuestras sociedades.