Adriana tiene ahora 23 años, una casa, una familia, amigos y un trabajo en una panadería en Roma. Le gusta mucho su trabajo, pero sobre todo le gusta hablar con la gente del barrio, para que Adriana ya no es la “gitana” de la que cuidar su espalda, sino una chica como muchas otras, con muchos sueños.
La historia de Adriana y su familia está marcada por el abandono, el rechazo y el movimiento doloroso, en un intento de encontrar un lugar donde pueda sentirse acogida. El primero en dejarlos es su padre; inmediatamente después de sus abuelos, luego una hermana. La madre apenas puede cuidar de sus seis hijos. Hasta los 15 años, Adriana vivió en pequeños robos, pidiendo limosna, lavando ventanas en los semáforos y durmiendo en la calle.
El punto de inflexión llegó en un día de verano con la conversión de la madre que se encontró, desesperada y enferma, y entró en una Iglesia evangélica. El encuentro con Cristo, la acogida de la comunidad, la fuerza de la oración, sembraron desde aquel momento en Adriana la necesidad de una opción radical: abandonar para siempre la vida de los gitanos y crear un futuro mejor.
Pero cambiar la vida no es fácil. Su padre regresó y convenció a la familia para que dejara Roma, para mudarse primero a Nápoles, luego a España y después a Francia. Adriana no tiene amigos, no conoce los idiomas de los lugares donde vive. Al final, sus padres deciden volver a Italia y su padre vuelve a dejar a su familia. Pero para Adriana una nueva posibilidad está a punto de abrirse.
La niña entra en contacto con el “Centro Accoglienza Minori de Borgo Ragazzi Don Bosco” en Roma, que se transforma para ella en la “mano de Dios”, esa mano invisible pero segura de ser asida por Dios para saltar definitivamente. Para Adriana, la posibilidad de un camino de inserción laboral se abre a través de un aprendizaje, puesto a disposición por el Centro de Acogida Infantil. Comienzan las entrevistas de apoyo y orientación. En 2014 consiguió el diploma de bachillerato y, tras varios trabajos, en 2015 presentó la propuesta de la panadería en la que Adriana sigue trabajando hoy en día.
“Dios me salvó - dice Adriana - me siento amada por Él y esto es lo más hermoso del mundo. Hice este salto y estoy contento”.
Fuente: Vatican New
