El proyecto nació como respuesta a una necesidad específica del territorio atento a la protección de los derechos de la infancia, que tiene como objetivo crear una fructífera colaboración entre los servicios para promover la acción social y educativa a favor de los menores y de sus familias.
El local fue inaugurado en enero, pero la apertura efectiva tuvo que esperar los arreglos finales y los detalles y sobre todo; las autorizaciones necesarias. En junio llegaron los primeros muchachos, y en la actualidad son 9: son los menores necesitados, víctimas de la crisis profunda a nivel económico y social. Pertenecen a familias de múltiples problemáticas, pero en la que hay márgenes en las que se puede intervenir en el momento oportuno, a fin de que la situación de dificultad no degenere en una forma que debe conducir irremediablemente a la separación del niño de su familia de origen.
Los jóvenes acogidos viven dentro de su propia familia, pero pasan la tarde en un ambiente educativo específico, que es la Comunidad semi residencial. Y a través del estudio, del juego, del compartir momentos familiares como el almuerzo, aprenden a fortalecer su relación emocional y construyen una red social de referencia que debe ayudar a su familia.
El término “semi residencial” no es casual: se trata de "semi" porque se trata de trabajar en sinergia y en red, principalmente con la familia y luego con la escuela y otras instituciones educativas frecuentadas por los menores. Al mismo tiempo, es "semi" porque en la semilla se tiene todo el potencial de la vida a fin de que dé frutos. La semilla necesita buena tierra (un ambiente educativo sereno y saludable), agua y alimento (estímulos positivos en las diferentes dimensiones de la personalidad), enfermería, cuidado, competencia (educadores, voluntarios, trabajo personalizado).
Si tomamos un cuidado especial de las “semillas” no vamos a necesitar una intervención “residencial” para esperar las flores y los frutos.
