Osman no sabía la edad que tenía, ni recordaba lo último que aprendió en el colegio. Decía que no tenía familia y vivía en la calle hasta que le hablaron de Don Bosco Fambul. Le contaron que algunos días llegaba un autobús para atender a los chicos como él y que se estacionaba en determinados puntos de la capital de Sierra Leona, Freetown, y que jugaban y hasta les daban de comer. Pero Osman, no se conformaba con eso porque quería un cambio definitivo en su vida.
Durante mucho tiempo divagó por los alrededores de Don Bosco Fambul y, especialmente por las noches. Estando en la puerta hablaba con las personas de la entrada. Era su manera de sentirse seguro. Preguntaba lo mismo: “¿Qué tengo que hacer para poder ser uno más de Fambul?”.
Los educadores empezaron a preguntarle que por qué insistía tanto en entrar y él sólo acertaba a decir que aquellos chicos como él, algunos a los que incluso había conocido en la calle, eran distintos ahora, estaban alegres y se portaban bien con él cuando lo veían.
Un día se acercó a un salesiano y, en medio de la conversación le dijo: “Ya lo he entendido. No es Fambul lo que cambia a los chicos, es Don Bosco, porque a mí también me ha cambiado y todavía estoy fuera”.
Tanta fue su insistencia y su buena predisposición que, poco a poco, le permitieron primero entrar a jugar, después le dieron un plato de comida, más tarde le dejaron ducharse, le dieron ropa limpia y hasta asistía a algunas clases aunque no comprendiera todo lo que decían.
Sin darse cuenta él, acabó siendo uno más y destacando por su alegría, por ser servicial y por tener una gran fuerza de voluntad para ponerse al nivel de sus compañeros. En la actualidad su reto es averiguar algo más de su familia para intentar reencontrarse con ella y ayudarla. “Si no han perdido la esperanza en volver a verme seremos muy felices por las ganas que tengo yo de encontrarlos”, asegura Osman.
