De 2008 a 2020 fue consejero general para la Pastoral Juvenil salesiana, convenciéndose – en sintonía con el tema del 29º Capítulo que lo ha elegido como Rector Mayor – de que hoy no se puede “estar apasionados por Jesucristo sin dedicarse a los jóvenes”.
“Es el corazón de nuestra vocación salesiana – dice el padre Attard –. Es desde aquí, desde Turín, donde nació el carisma salesiano junto a los muchachos más frágiles y necesitados, que queremos volver a empezar.”
¿Por eso, para su primera salida como Rector Mayor, el pasado 3 de abril quiso acudir al Instituto penal de menores de Turín “Ferrante Aporti”, donde Don Bosco visitaba a los “muchachos descarriados y en peligro” encarcelados?
Es en una cárcel de menores donde nació el sistema preventivo de Don Bosco, y desde Turín, donde nació el carisma salesiano, queremos seguir estando junto a los jóvenes que han recibido menos, porque, como nos recomendó nuestro fundador, “en cada joven, incluso el más desdichado, hay un punto accesible al bien, y el primer deber del educador es buscar ese punto, esa cuerda sensible del corazón y sacar provecho de ella”.
Acompañado por mi hermano salesiano padre Silvano Oni, he encontrado a los chicos detenidos, la mayoría de ellos extranjeros de fe musulmana. Fue un encuentro muy significativo y conmovedor, con algunos hablé en árabe y me convencí, como decía nuestro hermano padre Domenico Ricca, histórico capellán del “Ferrante” durante cuarenta años, que la desgracia de los menores encarcelados es haber nacido “en la cuna equivocada”.
Justamente como escribía Don Bosco en sus Memorias del Oratorio, cuando contaba que en la Turín del siglo XIX –tan similar a las periferias del mundo de hoy–, era necesario dar esperanza a los jóvenes más frágiles y más pobres.
¿Qué entendió Don Bosco entre rejas?
Escribía:
“Ver multitudes de jovencitos, entre los doce y los dieciocho años, todos sanos, robustos, inteligentes, pero verlos allí, inactivos, roídos por los insectos, escasos de pan espiritual y material, fue algo que me horrorizó: ‘Quién sabe –me decía– si estos jovencitos tuvieran fuera un amigo que se ocupara de ellos, los asistiera e instruyera en religión durante los días festivos, quién sabe si no podrían mantenerse alejados de la ruina, o al menos disminuir el número de los que regresan a la cárcel’. Comunicado este pensamiento al padre Cafasso (su director espiritual, patrono de los encarcelados, confesor de los condenados a muerte, NdR), y con su consejo y sus luces me puse a estudiar un modo de llevarlo a cabo”.
Estamos en 1855 en “la Generala”, así se llamaba entonces el “Ferrante Aporti”: allí Don Bosco visita a los chicos detenidos y es de aquellas tardes pasadas jugando y conversando con ellos que crea el Sistema Preventivo. Por eso, desde entonces, los capellanes del “Ferrante” son salesianos y tratamos, siguiendo las huellas de Don Bosco, como sucede en todos los oratorios del mundo, de amar a los chicos: “Se obtendrá más con una mirada de caridad, con una palabra de aliento, que con muchos reproches”, escribía también nuestro santo.
Después de todo, el papa Francisco, al abrir la segunda Puerta Santa, después de la Basílica de San Pedro, en la cárcel de Rebibbia, nos indicó dónde debemos llevar esperanza y consuelo.
Y la prueba de que Don Bosco tenía razón y que no tenemos que inventar nada, sino seguir su carisma, es que los jóvenes más pobres y difíciles, como los que encontré en la cárcel de Turín, me escucharon con atención, con ojos despiertos. Y en el momento de la despedida me dijeron: “¡Volvé pronto!”
Nuestros jóvenes necesitan adultos que los escuchen y no los juzguen.
Usted ha dedicado doce años de su vida como consejero general para la Pastoral Juvenil, recorriendo el mundo. ¿Qué une a los jóvenes? ¿Qué buscan y cuáles son las respuestas de los salesianos? ¿Cómo hablar de Jesús hoy a las nuevas generaciones?
Lo que une a los jóvenes en todas las latitudes es la grave ausencia de adultos significativos que tengan la paciencia de respetar la gradualidad de su crecimiento, que no les programen la vida. Los hijos, los chicos y chicas, de parte de los padres, educadores, docentes, de nosotros los salesianos y de cualquier adulto, hoy necesitan “oídos”, no “lenguas”; necesitan ser escuchados, no discursos.”
Cuando los jóvenes sienten que hay una relación auténtica, encuentran el espacio para sacar lo que tienen dentro del corazón. Entonces te preguntan:
“¿Profe, tenés cinco minutos? ¿Padre, tenés cinco minutos?”
Y yo siempre digo a mis salesianos:
“Cuando un joven te pide tiempo, soltá todo lo que estás haciendo y preguntale: ‘Hola, ¿cómo estás?’”
Esa pregunta es una petición de comprensión.
Y si vos, como adulto, encontrás esos cinco minutos, el joven se sentirá escuchado y cuidado, entenderá que lo estabas esperando… Cuando un joven te busca, no podemos no estar. Ese “padre, ¿tenés cinco minutos?” viene de lejos… Y desde ahí se puede empezar a hablar de Jesús, respondiendo a sus preguntas de sentido, porque en todos los jóvenes de hoy hay una pregunta de sentido que grita en su corazón.
Nosotros debemos volvernos mendigos de sus preguntas de sentido. He aquí el anuncio de Jesucristo. Así lo hacía Don Bosco: jugando, conversando, hablando con los chicos.
Padre Fabio, ¿qué significa ser elegido XI Sucesor de Don Bosco y cuál es el estado de salud de la familia que se dispone a guiar?
Si consideramos los números, está claro que no podemos dejar de constatar que somos menos que hace diez años; pero si consideramos el significado que el carisma de Don Bosco puede tener en el tiempo que vivimos, entonces no hay duda: el estado de salud de nuestra Congregación es que la propuesta de nuestro fundador, que partió de aquí, de Turín, con la fuerza del Espíritu, sigue viva. Él la hizo nacer y nosotros debemos seguir adelante y custodiarla.
Estamos convencidos de que ese es el camino, nos lo piden los jóvenes: el gran desafío es cómo encarnar el carisma, que es un regalo del Espíritu, en este tiempo que nos pide –como dice el papa Francisco– entrar en diálogo con el mundo, con las culturas diversas.
Eso es lo que tratamos de hacer: en nuestras escuelas y oratorios esparcidos por el mundo hay chicos de toda fe y religión, pero el mensaje de Jesús es claro: acogemos a todos, pero no perdemos nuestra identidad.
Debemos estar atentos a los jóvenes de hoy, que viven –como advierte el papa– en un cambio de época, no en una época de cambios.
Prestemos atención a lo que están buscando los jóvenes: ya no es lo que buscaban sus padres o lo que nosotros, como educadores, creíamos que necesitaban.
Solo así, repito, seremos buenos salesianos y buenos adultos, si nos ponemos a la escucha contemplativa del corazón de los jóvenes, sin dar respuestas inmediatas, sino buscando ante todo comprender sus preguntas.
Marina Lomunno
Fuente: Avvenire