El altar de María Auxiliadora
Fue un regalo del príncipe Torlonia, entonces alcalde de Roma, quien lo hizo trasladar desde su villa en la vía Nomentana. Imponente, pero armonioso, presenta dos columnas de mármol con capiteles corintios, coronadas por un frontón partido. En el centro, el monograma de María Auxiliadora. El cuadro es obra de Giuseppe Rollini, fechado en 1887 y firmado en la parte inferior derecha. El artista recibió indicaciones precisas de Don Bosco: María debía estar coronada, con el cetro en la mano derecha y el Niño Jesús —también coronado— sostenido con la izquierda.
Una imagen de realeza y protección, como la que Don Bosco quiso confiarle a sus hijos espirituales. Y que sigue protegiendo, a más de un siglo de distancia, los sueños y los esfuerzos de quienes siguen sus huellas.
La misa del 16 de mayo de 1887
Fue una misa conmovedora. Las Memorias Biográficas relatan que Don Bosco se interrumpió más de quince veces, abrumado por las lágrimas. Lo asistía el fiel padre Carlo Viglietti. El altar, hoy conocido en la tradición salesiana como “el altar del llanto”, se convirtió así en el escenario silencioso de la última gran epifanía espiritual del Santo de los Jóvenes.
El templo había sido consagrado el 14 de mayo de 1887 y apenas dos días después Don Bosco celebró allí aquella misa memorable. El llanto que lo acompañó conmovió a los presentes, que se unieron a él en el silencio y la oración. Era el corazón de un viejo sacerdote, que después de una vida entregada por completo a Dios y a los jóvenes, se encontraba allí, en el altar de María, para devolverlo todo al Corazón de Jesús.
Una entrega que se ha renovado también hoy
También este año, en el aniversario de aquel evento, la Familia Salesiana vuelve idealmente a aquel altar, para reencontrar la fuente de la que brotó su obra: la fe inquebrantable en la Divina Providencia. Una confianza absoluta, casi obstinada, en un Dios que provee incluso cuando todo parece ir en contra.
Y lo hace tanto simbólicamente, como de forma concreta: no por casualidad, precisamente en las primeras horas de esta mañana, a las 7:30, el 11° Sucesor de Don Bosco, el padre Fabio Attard, junto a todos los miembros de su Consejo General – reunidos en Roma para el inicio de su primera sesión plenaria – celebró la misa en ese altar, rodeado por otros salesianos de la parroquia y de la comunidad de la Sede Central: un gesto para renovar, a través de la eucaristía, el abandono a la voluntad de Dios y a la intercesión de su Madre, confiándole a Ella toda la misión salesiana, de hoy y del mañana.
El valor de aquella misa, el cumplimiento de una vida
Si aún hoy la Familia Salesiana mundial celebra este aniversario, no ligado a un evento excepcional – no una fundación, no un gran proyecto, sino una simple misa, actividad cotidiana para un sacerdote – es por todo lo que había detrás.
Basta pensar en la empresa de la construcción de la iglesia del Sagrado Corazón: un proyecto que León XIII confió directamente a Don Bosco, a pesar de las dificultades económicas, las complicaciones técnicas relacionadas con el terreno, las tensiones con las autoridades anticlericales y los acuerdos previos. Humanamente hablando, una obra que habría desalentado a cualquiera. Pero no a Don Bosco.
Aquel Corazón de Jesús, aquella presencia discreta pero constante de María Auxiliadora, Don Bosco los había hecho suyos, cada día, en la educación de los más pequeños, en la guía espiritual de sus muchachos, en la fundación de una obra destinada a perdurar.
La misa del 16 de mayo fue su “Amén” más profundo, su último “fiat”.