Para Frassati, la fe nunca fue algo privado o pasivo. Estaba viva. Lo llevaba por las calles de Turín, a las casas de las familias en dificultad y a los corazones de sus amigos. Aún hoy, su alegría, su valentía y su profunda compasión continúan inspirando a los jóvenes que desean servir y encontrar un sentido a su existencia a través de la generosidad y la acción.
Una fe que mueve
Frassati creía que la fe debía mover. “La caridad no basta, necesitamos una reforma social”, dijo una vez; una frase sencilla, pero que revelaba una profunda convicción. El amor debe hacerse acción.
Provenía de una familia rica y respetada. Su padre era periodista y diplomático, su madre, artista. Pier Giorgio podría haber vivido cómodamente, pero no lo hizo. Eligió la sencillez. Dedicó su tiempo, sus energías e incluso sus bienes a ayudar a los demás. A través de la Sociedad de San Vicente de Paúl visitaba a las familias pobres, llevaba alimentos, pagaba el alquiler a quienes no tenían trabajo y consolaba a los enfermos.
Pero no hacía todo esto para sentirse virtuoso o heroico. Para él, servir a los pobres era una manera de encontrarse cara a cara con Cristo. Comprendía que el verdadero voluntariado no consiste en dar desde la propia abundancia, sino en compartir la vida, la dignidad y el amor.
La alegría de la amistad y de la comunidad
El estilo de servicio de Frassati se caracterizaba por la alegría. Sus amigos recuerdan sus risas, su calidez y su amor por la aventura. Rezaba con ellos, escalaba montañas con ellos y los invitaba a ver a Dios en cada persona que encontraban.
Este es el espíritu del voluntariado cristiano: una fe vivida en comunidad, una amistad que conduce al servicio y un servicio que profundiza la fe. La santidad no se vive en soledad. Crece en las relaciones, en la misión compartida y en la alegría cotidiana de entregarse juntos.
De la comodidad al compromiso
Cada generación de jóvenes enfrenta la tentación de permanecer en su zona de confort. La vida de Frassati es un desafío silencioso, pero poderoso, frente a todo eso. Con su breve existencia, Frassati demostró que la felicidad no se encuentra en la comodidad, sino en el compromiso.
Los programas de voluntariado inspirados en el carisma salesiano transmiten el mismo mensaje. Ayudan a los jóvenes a salir de sí mismos, a descubrir las necesidades de los demás y a poner sus talentos al servicio de la vida y de la fe. A través del voluntariado, los jóvenes aprenden la responsabilidad, la empatía hacia el prójimo y descubren sus propias capacidades de liderazgo. Se dan cuenta de que servir a los demás transforma no solo el mundo, sino también sus propios corazones.
Un llamado a los salesianos y a los laicos corresponsables de la misión
El testimonio de Pier Giorgio Frassati es una llamada de atención para toda la Familia Salesiana: la Iglesia necesita espacios donde los jóvenes puedan servir, crecer y descubrir su misión. Los programas de voluntariado inspirados en el espíritu salesiano, alegres, comunitarios y orientados a la misión, no son un añadido. Son caminos formativos esenciales.
Por eso, los salesianos de Don Bosco y sus colaboradores laicos están llamados a fomentar este espíritu de servicio, a acompañar a los jóvenes y a brindarles oportunidades para poner su fe en acción. En el voluntariado, los jóvenes aprenden el estilo de padre Bosco –hecho de razón, religión y amabilidad– no como teoría, sino como modo de vida.
Cuando un joven dedica un verano, un año o incluso solo unas pocas horas al servicio de los demás, algo cambia profundamente. Ve la fe de otra manera. Descubre la alegría de dar. Comprende que el Evangelio impulsa a la acción y que lo llama también a él a moverse –siempre hacia lo alto.
Escalemos juntos
Pier Giorgio Frassati murió hace cien años, en 1925, con tan solo veinticuatro años; pero su luz sigue brillando, tanto que ha sido propuesto como modelo para todos los fieles católicos a través de su reciente canonización.
Su lema “Hacia lo alto” no se refería solo a las montañas, sino al alcanzar cimas más elevadas en la fe, en el amor y en el servicio.
Por eso, aún hoy, su vida anima a todos –jóvenes, salesianos y laicos– a seguir el mismo camino, a servir con alegría, a creer con valentía, a amar sin límites.
Como nos mostró Frassati, la santidad no es una idea, es una escalada. Y el camino para ascender es el del servicio y el amor, juntos, hacia lo alto.
Juan Carlos Montenegro
