Uganda – Una situación al límite: la vida de los refugiados en la época de Covid-19

15 Junio 2020

(ANS - Palabek) - En Uganda hasta ahora no se han registrado muertes por el Covid-19, aunque actualmente hay 696 casos confirmados de contagio: “Es difícil sensibilizar a una población que todavía no ha sido testigo personalmente del impacto de una pandemia de este tipo”, explican los Salesianos que trabajan en el campo de refugiados de Palabek, que actualmente acoge a 56.000 personas y es claramente un lugar de gran riesgo.

“Se han observado movimientos entre los refugiados de Sudán del Sur que se escabullen a través de fronteras no oficiales, y también entre los campos de refugiados... Recientemente unos 50 camioneros en tránsito que habían estado en el Sudán del Sur dieron positivo. Nuestros refugiados en el campo de Palabek no siguen las normas y reglamentos que podrían controlar la propagación de Covid-19”, explica el P. Jeffrey Albert, uno de los Salesianos que trabaja en el campo de refugiados en Palabek.

La reducción de las raciones de alimentos es otro problema evidente en el asentamiento. La comida disponible ha disminuido en un 30% y es casi es imposible que un adulto se quede un mes sin salir y sin hacer nada, o mejor; sin trabajo y permaneciendo solo en casa. “Esto también puede generar frustración, ira y otros disturbios sociales”, observa el P. Lazar Arasu, responsable de la misión salesiana.

La salud también es motivo de preocupación. Los servicios médicos prestados a los refugiados siempre han sido deficientes: sólo hay tres unidades de salud, con instalaciones mínimas, para más de 56.000 refugiados, y estas instalaciones son compartidas por varios miles de ciudadanos ugandeses. Actualmente, debido al aislamiento, los servicios médicos son aún más difíciles y hay un aumento de enfermedades como las úlceras estomacales y otros problemas relacionados con la mala nutrición.

El cierre de escuelas en todo el país también afecta a las 11 escuelas primarias, secundarias y técnicas del campo de refugiados. En casa, con menos comida que antes, sin clases, sin distracciones de ningún tipo (también se han cerrado las instalaciones para los deportes y otras actividades juveniles), los niños y los jóvenes se han visto deteriorados con problemas de ansiedad y mucho nerviosismo. Varios adolescentes y adultos jóvenes han asumido actitudes antisociales y una vida sexual no regulada.

Como en casi todo el mundo, las capillas dentro del asentamiento estaban cerradas: pero en el contexto de un campo de refugiados no poder vivir la liturgia y una vida de comunidad, esto significaba perder hasta el mínimo de apoyo espiritual y psicosocial que los religiosos podrían ofrecer.

En esta realidad que viven los Salesianos de Don Bosco, así como a todos los habitantes del campo de refugiados, se hace lo que se puede. Siempre que se les permitió, distribuyeron algunos alimentos a las personas más pobres del otro lado de la frontera que solicitaron ayuda alimentaria; e imprimieron algún material didáctico y lo hicieron circular entre sus alumnos, pero esperaban recibir algunas donaciones para poder comprar algunos libros de texto reales.

El P. Arasu concluye: “Como los refugiados, nosotros tampoco no podemos esperar a que la pandemia termine para poder servir mejor a nuestros queridos refugiados. Lo hacemos en este contexto porque hay mucha gente necesitada y con hambre”.

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