En la homilía de la Misa, el padre Ángel Fernandez Artime comenzó citando a Benedicto XVI y recordó cómo el núcleo del cristianismo no reside en un concepto abstracto, sino en el encuentro con una persona, Jesucristo, el Hijo de Dios. "Si nuestra fe fuera una doctrina o una ideología, cómo todas esas que se han sucedido a lo largo de los siglos, ya habrían terminado y no habría habido necesidad de María”. Añadió que la fiesta de la Inmaculada Concepción celebra esa "digna morada" que Dios Padre quiso para su Hijo, preservándola de toda mancha de pecado. "Esta es la esencia del dogma de la Inmaculada Concepción", dijo el Rector Mayor, quien inmediatamente después extrajo de él un corolario importante para todos los fieles: "Es algo hermoso, porque significa que en nuestro estar enamorados de Dios, ¡hemos recibido incluso el regalo de una 'madre'! Y sentir a la Virgen como Madre es lo que salvó a miles y miles de cristianos en diferentes tiempos y circunstancias”.
Reflexionando sobre el pasaje del Evangelio del día, se centró en la exhortación del arcángel Gabriel a María: "¡Alégrate, María!". Cuando se acepta el plan de Dios en la vida, no hay otra forma de vivir que la expresada en este primer "¡Alégrate!". El regocijo de María no se limita al momento dulce y esperanzador de la concepción y el embarazo: es un regocijo que se extiende a toda la vida de María, incluso a los años de incomprensión, cuando su Hijo es juzgado loco por las autoridades de la época, e incluso en el Gólgota, cuando María ve morir a Jesús ajusticiado como un criminal. “Allí también allí Ella cree que tiene que alegrarse, porque todo es parte del misterio de Dios”.
El padre Fernández Artime exhortó así a los fieles a preguntarse si realmente, como cristianos, tienen tanta fe que se alegran incluso en las dificultades o problemas de la vida. Porque el riesgo, lo dijo muy claramente, es el de vivir la vida dejándose llevar por sus esquemas y movimientos, entre el trabajo, el cansancio, el dolor, los buenos momentos y los tiempos difíciles …, y limitándose a unos toques de religiosidad, aquí y allá, como salpicaduras ocasionales de agua bendita. Por eso, concluyó preguntando y preguntándose: “¿No sería posible difundir mucho más nuestra fe? Creo que sí; pero esto requiere vivir con alegría permanente, incluso cuando no se ve nada, cuando todo parece oscuro, como lo hizo María durante tantos años”.
El Rector Mayor recordó también el primer encuentro de Don Bosco y Bartolomeo Garelli, un pequeño acontecimiento que tuvo lugar casi a escondidas en la sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís, en Turín; pero al contemplar el extraordinario desarrollo posterior que siguió -un vasto movimiento de personas que a lo largo de los siglos se dedicaron a la salvación de los jóvenes- observó que: "cuando algo viene de Dios, resiste al tiempo, las guerras, las dificultades, los enemigos … a todo".
Después de la Misa, el Rector Mayor recordó esa primera Ave María "recitada con fervor y recta intención" por Don Bosco y por el joven Garelli -que el mismo Santo de la Juventud señaló más tarde como el origen de "todas las bendiciones que nos llovieron del Cielo" en el años siguientes.
Al concluir, el padre Fernández Artime se unió a los demás miembros del Consejo general, a los Inspectores presentes en Roma para el curso dedicado a ellos, a los Salesianos de la comunidad de la Sede Central Salesiana, a todos los demás miembros de la Familia Salesiana, a los fieles presentes, y todos juntos, en círculo, rezaron un Ave María en el patio del Sagrado Corazón, creando así el tradicional "círculo mariano" salesiano.