Después del rezo de Laudes, los itinerarios eran tres:

- la historia de Don Bosco y de la Congregación representada y testimoniada en el Museo que desde hace poco más de un año abre a los visitantes una visión palpable de los orígenes del oratorio y su desarrollo en todo el mundo. Casi se puede tocar la generosidad de los Hijos espirituales del santo, misioneros en las tierras italianas y poco después también en el resto del mundo. Todo esto sucedió gracias a una santidad generalizada, bien destacada en referencia a las figuras eminentes del carisma salesiano de ayer y de hoy, de las que se conservan algunas reliquias;

- el recorrido, paso a paso, por los espacios que acogieron la semilla del gran árbol que hoy es la Familia Salesiana: los lugares de juego y los de estudio y formación profesional; y los espacios dedicados a la espiritualidad sencilla y profunda que, junto a Mamá Margarita, Don Bosco hacía encontrar bajo un techo o en el interior del templo: el primero dedicado a San Francisco de Sales. Casi una bombonera mística de recuerdos de los primeros pasos y el segundo lugar monumental dedicado a quien inspiró y acompañó cada paso;

- el descubrimiento del trasfondo de la experiencia bajo el techo Pinardi: la casa que Giulia di Barolo construyó para hospedar a las mujeres más necesitadas, donde Don Bosco tomó conciencia de su vocación de padre de los "últimos" y se familiarizó con el acompañamiento espiritual. La beata, con su marido Carlo Tancredi Falletti, vio de cerca el sufrimiento en las cárceles y en las calles y supo inspirar al joven sacerdote, llamado a ser capellán de su obra, el espíritu y las técnicas para afrontar los desafíos educativos.

La inmersión hasta las raíces se completó en el encuentro con la figura de san Francisco de Sales, en la celebración eucarística que le fue dedicada. Padre Stefano Martoglio, Vicario del Rector Mayor, destacó en su homilía la escuela de dulzura que emana del conocimiento del santo obispo y de la confianza hacia él.

El Evangelio de la Misa votiva (Mc 2, 1-12) nos permite explorar el alma humana y su búsqueda de Dios: “La verdadera enfermedad es el pecado -subrayó don Martoglio- y Jesús vino a aliviarnos. Para esto se dirige al paralítico, ante todo dándole la reconciliación con Dios, después, para mostrarle la fuerza que vence el mal que lo limitaba, le dice que se levante tome su cama y vaya hacia una nueva vida”.

Lo que mueve al hombre a ser llevado a la presencia de Jesús es la necesidad de salvación, de encuentro con un Padre misericordioso. "¿Cómo dejar de ir junto a San Francisco de Sales para redescubrir el deseo de Dios que cada uno lleva dentro de sí?". Por lo tanto, instó: “con el Santo que inspiró a Don Bosco encontraremos que Dios está presente en cada momento de la vida, y que sólo Él sustenta nuestra humanidad”.

Es Dios quien nos vuelve a poner en pie y esto es más que un estímulo: es una convicción que subvierte la tranquilidad de los sabios de todos los tiempos, más allá de la rigidez implantada por los hombres en los preceptos. Una vez más quedó en primer plano la invitación: "Hacer todo por amor, nada por fuerza".

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