Marina adoptó a Bercik, quien ahora es su gato, cuando lo encontró perdido durante una peregrinación al monasterio carmelita en Berdyčiv, Ucrania. Por eso lo llamó con el diminutivo del monasterio y desde entonces nunca se ha separado de él. Cuando estalló la guerra, el pasado 24 de febrero, y decidió escapar para ponerse a salvo, no lo pensó ni un segundo y decidió llevar a su gato consigo.
En Kiev, Marina trabajaba con los franciscanos y cocinaba para 95 personas todos los días. “También trabajé en la catedral de Kiev y conocí al obispo salesiano de Kiev, Monseñor Vitaliy Krivitskiy”, recuerda la mujer. La guerra lo cambió y volvió todo peor: "Las ventanas estaban cerradas y enrejadas, no había luz, ni agua, y cuando los tanques ucranianos pasaban cerca parecía un terremoto".
“El 10 de marzo –vuelve a explicar– logré salir desde donde me refugiaba e ir a mi casa a unos 5 minutos de distancia, un edificio de 17 pisos con todos los vidrios rotos, allí pude cargar algo de ropa y correr a la estación del tren. La vida en esas condiciones era muy estresante, por las alarmas antiaéreas, y era imposible cruzar el río en la ciudad, porque significaba arriesgar la vida. Después de un viaje muy largo, se necesitaron otras 17 horas para cruzar la frontera”.
Sofía y sus tres hijos, Oleh, de 16 años, Pavlo, de 13, y Stanislao, de 7, partieron de Kiev el 17 de marzo. Ella colaboró con las actividades de la Iglesia local, con la rama local de Radio María, y también conoció al obispo de la capital ucraniana. “El 15 de marzo hubo una gran explosión y mi esposo nos dijo que nos fuéramos del país -cuenta-. No se podía comprar nada en las tiendas, no se podía sacar dinero de los bancos... Dos días después salimos de Kiev. Fuimos a Lviv en tren y luego llegamos a Cracovia en autobús”.
Marina y su amiga Sofía se reencuentran en el seminario salesiano de Cracovia. “Nos hablaron de este lugar que recibe a familias ucranianas. Hablamos con el padre Marcin y fuimos muy bien recibidos. Formamos una gran familia junto a los 50 refugiados que estamos aquí. Tenemos nuestros momentos de oración y socialización y los niños pueden jugar”, dice Sofía.
“Tememos por Kiev, porque mucha gente sigue saliendo de la capital y nos enteramos de las atrocidades cometidas en las ciudades vecinas; por lo tanto, solo podemos perdonar a Rusia por lo que está haciendo y agradecer a Polonia su ayuda”, dice emocionada Marina.
Lo que está claro para ambas refugiadas es la esperanza: “Cuando termine la guerra volveremos a nuestras a casas; pero por ahora pensemos en el hoy, no en el mañana”, concluye Sofía.
Fuente: Misiones Salesianas