Cada campamento tendrá una duración de una semana de lunes a viernes y se desarrollará de las 8 de la mañana a las 16 horas. Cada grupo será constituido por unas 15 personas, lo más homogéneo posible según las edades, para que las actividades de cada ámbito se adapten mejor a sus necesidades.
De esta forma se podrá ofrecer un tiempo de entretenimiento y crecimiento humano a todos los menores ucranianos hospedados en la casa salesiana de la ciudad. Esta estructura en realidad alberga a poco más de cuarenta personas, que han ido aumentar el grupo de jóvenes que seguían los salesianos de České Budějovice, antes compuesta principalmente por niños de familias gitanas.
En České Budějovice, los niños ucranianos se dividieron en dos grupos, según su edad. Desde hace meses que se les ofrecían “lecciones” preescolares para los más pequeños y clases informales para los mayores. Siempre han tenido a su disposición hobby, clubes y programas lúdicos, mientras que se ha puesto en marcha un curso de idioma checo para las madres de los pequeños, con el objetivo de garantizar una mayor independencia y la posibilidad de inserción laboral en el país.
“Lo que todos aprecian más es la sensación de libertad, el sentimiento de ser respetados y bienvenidos, de ser amados y cuidados. Están felices de encontrar aquí a alguien que habla ucraniano y ruso -indica un salesiano de la comunidad-. Los refugiados ucranianos quieren hablar sobre la guerra, buscan personas que escuchen sus experiencias y las entiendan, quieren recordar y hablar de su casa, de su familia”.
En České Budějovice hay gente de Bucha y Mariupol, dos ciudades que son escenario de terribles enfrentamientos y masacres. Algunos recuerdan vivamente la búsqueda constante de refugios y la fuga de ellos cuando se volvían peligrosos. Algunos han contado que uno de los refugios fue atacado, con la muerte inmediata de 30 personas. A pesar de todo, compartir recuerdos -incluso los felices antes de la guerra- les ayuda a reducir el estrés, relajarse y ser más normales.
Para esta gente, lo más aterrador, en cierto sentido es el silencio, el hecho de que ya no se escuchan las sirenas antiaéreas. Estaban tan acostumbrados a oírlas varias veces al día, que se ponían ansiosos y nerviosos al no escucharlas debido al miedo radicado en terribles expectativas. Necesitan semanas para acostumbrarse al silencio.
La mayoría de los refugiados quiere volver a su casa: reunir a las familias con sus padres y maridos que se quedaron en Ucrania, volver a vivir en la propia casa, estar con las personas que conocen desde la infancia.
Muchos partieron convencidos de que solo se irían por unas semanas y ni siquiera se molestaron demasiado en llevarse muchas cosas. "Volveremos pronto. Tomamos solo lo mínimo indispensable”, dicen hoy.
Pero la certeza de volver ya no es una cosa indiscutible para muchos otros: “Ahora nos preguntamos. Los niños ya hablan checo bastante bien. Nosotros también lo estamos aprendiendo. La mayoría de los niños van a la escuela. Se están haciendo nuevos amigos, ya tenemos plazas reservadas para el próximo curso escolar, estamos recibiendo atención sanitaria...".
Nuevamente se preguntan: “En casa todo está destruido. Todo tendrá que ser reconstruido. ¿Quién nos ayudará a hacerlo? Ahora recibimos armas, pero ¿nos ayudarán también a reconstruir un país entero? Una vez que termine la guerra, ¿quién se acordará de nosotros o pensará en nuestras necesidades?
