En un momento en el que nuestro país está viviendo eventos dramáticos - y cómo no pensar en primer lugar al inmenso dolor de la familia y de los colegios de este profesor de historia que fue cobardemente asesinado mientras regresaba a su hogar - el tema de la laicidad ha retornado a estar en la boca de todos. Pero creo que hay dos conceptos de laicidad. El primero se inspira en la ley de 1905 y está aprobada por la Constitución de nuestra República, estableciendo que el Estado garantiza la libertad de expresión y la práctica religiosa, lo que seguramente encuentra su limitación si se perturba el orden público. La laicidad es lo que vuelve posible la fraternidad, respetando las convicciones de todos, sean ellos creyentes o no. Es una laicidad entendida como armonía social.
Hay también un segundo concepto de laicidad: el laicismo. Apareció a finales del siglo XIX, en una época en la cual la Iglesia católica ejercía un poder real en las mentes. Reconocemos hoy que no es más así. Es una laicidad no de concordia sino de lucha. Los actores de esta segunda línea querrían erradicar, por así decir, el factor religioso. No se trata por lo tanto de que las instituciones de la República garantizan la libertad de cada uno a expresar las propias convicciones de fe, sino de prohibir en el interior cualquier forma de pertenencia a una tendencia religiosa. Y si bien se vuelve una paradoja, la laicidad se afirmó como una especie de ideología antirreligiosa, lejos de la concepción de la ley de 1905.
Educar a la verdadera laicidad significa educar al respeto de cada persona, cualquier convicción tenga, sea religiosa o atea. Naturalmente respetar a la persona no significa tolerar todos los actos que cumple. Se puede ser respetuoso de las personas pero ser intolerante hacia su actos de delincuencia o de violencia. En el ejercicio de mi profesión de docente y educador especializado, creo de haber sabido respetar siempre a los jóvenes que he acompañado, también cuando les reprendía duramente por actos que consideraba inaceptables.
En el espíritu de Don Bosco, la prevención de la violencia pasa a través del educar al respeto. Si quiero enseñar a los jóvenes a respetar a los otros, antes de todo tengo que respetarlos. Si en nuestra República laica queremos exigir a todos los musulmanes que respeten a quienes no comparten sus convicciones religiosas -como de hecho la mayoría de ellos hace- debemos antes respetar sus convicciones, aunque no sean las nuestras, dejar de buscar a cualquier costo de profanar lo que es sacro para ellos.
La finalidad de la laicidad es la concordia y no la división, la fraternidad y no la fractura. Promover la laicidad, prevenir la violencia, quiere decir educar al respeto.
