Chile – Carta del cardenal Ezzati sobre el P. Egidio Viganó, VII Sucesor de Don Bosco
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27 Luglio 2020

(ANS – Santiago de Chile) – El cardenal salesiano Ricardo Ezzati Andrello, arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Santiago de Chile, ha escrito una carta a sus hermanos salesianos, a las Hijas de María Auxiliadora y a los miembros de la Familia Salesiana de Chile, recordando los 100 años del nacimiento y los 25 de la muerte del Padre Egidio Viganó, VII Sucesor de Don Bosco. A continuación el texto de la carta.

Queridos Hermanos y hermanas de la Familia Salesiana: 

Reciban ustedes un fraterno saludo de paz en el Señor, junto a los mejores deseos de buena salud física y serenidad de espíritu, especialmente en este tiempo de Coronavirus, tiempo que se nos presenta tan desafiante, necesitado de urgente solidaridad con los que sufren y muy necesitado de esperanza, de esa esperanza que ofrece Jesucristo, la única que no engaña y que, en cambio, abre el corazón a la confianza y a la serenidad, aún en medio de las pruebas más duras.

Me permito enviarles esta nota en calidad de hermano, como parte de la vida de esta Inspectoría Salesiana “San Gabriel Arcángel” y testigo, como muchos de ustedes, del señalado regalo que Dios nos ha otorgado, en la persona del P. Egidio Viganó Cattaneo, séptimo Sucesor de don Bosco: don para la Iglesia y sus Pastores, para la Vida Consagrada, en su rica variedad eclesial, y, en especial, para nuestra entera Familia Salesiana de Chile y del mundo. El próximo 20 de julio se recordará el centenario de su nacimiento y, el entrante 23 de junio, haremos memoria de los 25 años de su pascua.

l Padre Egidio fue un Salesiano Sacerdote de gran estatura espiritual; testigo profundo y guía seguro en el camino de la vocación salesiana y sacerdotal, especialmente en los momentos desafiantes de renovación post-conciliar. La Familia salesiana lo sintió hermano cercano y lo experimentó fiel y certero compañero de ruta en el seguimiento de Jesús. Por eso, lo sigue recordando con particular afecto y gratitud.

1.- SU PASO A LA CASA DEL PADRE

Su paso a la Casa del Padre aconteció en la Casa General de los Salesianos de Don Bosco, situada entonces, en Vía de la Pisana 1111, de la Ciudad de Roma.  Por meses, había llevado la cruz de una dolorosa la enfermedad. Fue un mes antes de cumplir los 75 años de vida, cuando llevó a cumplimiento “la esperanza de entrar en el gozo de su Señor”. Terminó sus días, rodeado del aprecio, del reconocimiento y del cariño de los hermanos salesianos, de la cercanía de entera Familia fundada por Don Bosco y sostenido por la oración de tantas personas buenas que lo apreciaban. Horas antes de su muerte, emocionado, recibió la bendición apostólica que, San Juan Pablo II tuvo la delicadeza de impartirle, escuchando de labios del Papa, el agradecimiento por el generoso servicio prestado a la Iglesia y su oración que lo acompañaba en el último trecho de marcha hacia la casa del Padre. Era la madrugada del 23 de junio.

Sus restos mortales, revestidos de los ornamentos blancos para la celebración de la Eucaristía, fueron meta de una larga peregrinación de Salesianos, de Hijas de María Auxiliadora, de miembros de la Familia Salesiana, de tantos eclesiásticos, religiosos, religiosas y laicos, llegados de tantas partes de Italia y del mundo. No faltaron los jóvenes, entre ellos, los del colegio salesiano de Nápoles, cuya banda instrumental no dejaba de interpretar el clásico canto a don Bosco: “Giú dai colli, un dí lontano… Don Bosco ritorna…”: una mezcla de notas tristes y gozosas a la vez, hechas música y canto. Su despedida cristiana se celebró en el Templo Don Bosco de Cinecittá, desbordante de gente y, su sencillo sepelio tuvo lugar en las Catacumbas de San Calixto, lugar querido a don Egidio, donde en el curso del Capítulo General XXIII, había querido presidir la celebración del piadoso ejercicio de la “Via Lucis”.

El P. Egidio había nacido en la provincia de Sondrio, Italia, el 20 de julio del año 1920, en el seno de una familia profundamente cristiana, que lo educó en una fe sólida y popular, donde fue madurando el llamado a vocación salesiana, junto a la de otros dos hermanos más jóvenes, miembros también de nuestra Familia y a la vocación religiosa de una de sus hermanas.  

La Providencia quiso que, una vez terminado el sexenio de mi servicio como inspector de los salesianos en Chile, a comienzos del año 1991, en lugar de enviarme a reforzar la presencia salesiana en algún territorio de África, como hacía con muchos ex inspectores, el P. Viganó me pidió permanecer en Roma, prestando un sencillo servicio en la Congregación para la Vida Consagrada de la Santa Sede (“por un año o dos”, me aseguró), residiendo en la casa de Vía de la Pisana y prestando alguna colaboración al Dicasterio para la Formación, presidido por el querido P. José Nicolussi.

En este contexto, la relación con el padre, fue creciendo, teniendo el privilegio de acompañarlo más de cerca y compartiendo con él algunas horas de diálogo, especialmente los domingos, antes de la celebración comunitaria de las Vísperas. Lo visitaba en su oficina; le llevaba la edición de “El Mercurio Semanal”, con las principales noticias de Chile y “El Condorito”, enviado puntualmente por el P. Carlos Alonso. Tema de conversación eran   algunas noticias de Iglesia, informaciones acerca del camino la Vida Consagrada, la Congregación y temas relacionados con su trabajo. Pude visitarlo también, con cierta frecuencia, durante su larga permanencia en los hospitales de Roma.  Entre las visitas, recuerdo la última, días antes de su partida.  Una tarde, Don Luc Van Looy , me sorprendió con la invitación a acompañarlo. Junto al Vicario General, don Juan Vecchi y al P. José Nicolussi, Consejero General para la Formación, se aprestaba a ir a la Clínica, con el fin de comunicarle que la hora del encuentro con el Padre se acercaba y ofrecerle celebrar el Sacramento de la Unción de los Enfermos. De ese encuentro me quedaron grabadas dos cosas: la primera, relacionada con su enfermedad. Nos dijo: “no pensaba que mi enfermedad fuera ad mortem” y la segunda: la fuerza con la que manifestó su voluntad de prepararse convenientemente a la celebración de la Unción, Sacramento que recibió en el curso del día siguiente. Pocas horas antes que dejara este mundo, volviendo de mi trabajo, pude despedirme de él, pidiéndole que me bendijera.

2.- ALGUNOS RECUERDOS PERSONALES

Son muchos los Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora, los Cooperadores y Antiguos Alumnos que conservan, con gratitud, viva memoria del Padre Viganó. Algunos fueron alumnos suyos en los cursos del Teologado Internacional Salesiano de La Cisterna, del Instituto Teológico de Lo Cañas o de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, otros le son deudores de cursos de ejercicios espirituales, o de la sabiduría espiritual que vertía en sus conferencias, en artículos de Revistas especializadas, o en los contactos personales propios del ministerio sacerdotal. Siempre he escuchado testimonios de gratitud por su ministerio. Humildemente, también doy gracias a Dios por haber gozado de su cercanía paterna, unida a esa confianza que sabía crear en la relación con los hermanos. De manera especial, agradezco las sabias lecciones y los múltiples estímulos recibidos, para caminar con ahínco, en la vocación salesiana y en la misión de acompañar a otros tras las huellas de Don Bosco.

Se podrán preguntar cómo nació la idea de compartirles estas notas. Todo es muy simple: la ocasión fue un saludo del P. Francesco Cereda, ya Vicario General de nuestro actual Rector Mayor. En el mail que me envió hacía mención a la efeméride del nacimiento y de la muerte del P. Egidio. Fue lo que despertó el deseo, diría, la necesidad de compartir con ustedes mi humilde y sincera expresión de gratitud.  Para un acercamiento más adecuado a su figura espiritual y a su legado salesiano, los invito a acudir a las páginas escritas, recientemente, por el P. Sergio Cuevas L., sdb, en el volumen: “Don Egidio Viganó, Misionero y Educador”, Edebé, Santiago 2019.

En clima de familia, van algunas pinceladas, una especie de memoria agradecida de este gran salesiano.

Era una fría mañana de enero del año 1968. Desde La Pisana, el P. Viganó, recién nombrado Inspector de los Salesianos de Chile, acudió al Pontificio Ateneo Salesiano, pidiendo hablar con los dos hermanos de Chile que allí estudiaban. “Vine a recibir tu primer ‘rendiconto’,fueron sus primeras palabras “porque, desde esta mañana, soy tu nuevo Inspector”.  Cuando, después de unos años, en octubre de 1971 volví a la Inspectoría, el P. Egidio ya no era nuestro Inspector. Lo subrogaba el P. Octavio Vío, su vicario, en espera del nombramiento del nuevo inspector, que resultó ser el P. Sergio Cuevas León.

En efecto, el Vigésimo Capítulo General Especial de la Congregación, lo había elegido Consejero General para la Formación, iniciando, así, su sabio y generoso servicio al vértice de la Congregación, perseverando en esta misión, hasta la muerte. En efecto, el Capítulo General XXI de 1977, lo eligió Rector Mayor, séptimo Sucesor de Don Bosco. Seis años más tarde, en 1984, el Capítulo General XXII (en el que tuve el privilegio de participar como delegado de la Inspectoría chilena, acompañando al P. José Nicolussi), volvió a elegirlo por otro sexenio y, finalmente, el Capítulo General XXIII (en el que también participé como Inspector de Chile), lo confirmó por un tercer período. La muerte lo sorprendió antes de terminarlo habiendo, él mismo, convocado la celebración del vigésimo cuarto Capítulo General, en el cual sería elegido como octavo Sucesor de Don Bosco el P. Juan Vecchi. El P. Egidio no fue el único salesiano chileno en prestar servicio en el Consejo General de la Congregación. Lo habían precedido el P. Pedro Berruti y el P. Juvenal Dho; lo acompañaron el P. Segio Cuevas y el P. José Nicolussi y, años después, el P. Natale Vitali.

3.- ALGUNAS NOTAS DE SU PERSONALIDAD ESPIRITUAL

De don Viganó, Rector Mayor, les comparto tres notas que recuerdo con especial gratitud y aprecio:

1.- Su sentido de pertenencia vocacional: Una vez acabado el Capítulo General XXII, viajé al Norte de Italia con el fin de despedirme de la familia, volver a Chile, y asumir la dirección de la nueva Comunidad de estudiantes de teología establecida en los nuevos edificios, aledaños a los construidos en tiempos de Don Raúl Silva H., hoy, sede de la Universidad Salesiana que lleva su nombre. Estando con mi familia, me sorprendió una llamada telefónica del P. Egidio. Me pedía viajar de inmediato a Roma, ya que necesitaba comunicarme algo, añadiendo: “serías poco inteligente si no imaginaras el por qué…”.  Volví a Santiago, nombrado nuevo Inspector de Chile, acompañado de un solo consejo: “Siéntate a menudo en el confesionario: aprenderás a ser padre”. Siempre he sentido el deber de agradecerle ese consejo, de agradecer su constante presencia de padre y su concreto compromiso con la vida y la misión de nuestra Inspectoría. Experimenté un trato de especial cercanía y aprendí a valorar su estatura alta de Superior Salesiano, característica en constante crecimiento, a lo largo de su larga trayectoria de animación y de gobierno de la Congregación. La suya, era una autoridad enraizada en el llamado carismático que hace posible la participación, favorece el crecimiento de los hermanos, aprecia los dones de los colegas, involucrando la creatividad y la iniciativa de cada uno en el proyecto de la misión común. Amaba repetir que todos los salesianos del mundo, y no sólo el Rector Mayor, eran el “séptimo sucesor de Don Bosco”. Manifestaba especial admiración por el empuje de los primeros salesianos y las empresas audaces de quienes había trabajado y trabajaban en la vanguardia de la educación, de la formación profesional o de la promoción humana y cristiana de los más pobres. Fui testigo de un singular diálogo que sostuvo con su amigo el Cardenal Silva: “cosas grandes, estamos llamados a hacer cosas grandes, sobretodo, cuando se trabaja por los jóvenes y de los pobres”. Y, desde la ciudad de Pequín, donde había acompañado a su hermano Ángel, para agradecer la intercesión del mártir salesiano Mons. Versiglia, me envió una sencilla tarjeta, que considero expresión de las cosas grandes, que don Egidio soñaba para la Congregación. De su puño y letra escribió: “Comienza a cumplirse el sueño de Don Bosco: desde Chile, pasando por Madagascar, un hijo de Don Bosco ha llegado a Pequín…”.  Y, ¿qué decir del “Proyecto África”; de las empresas verdaderamente audaces, y de la colaboración con la labor de las Iglesias locales, en la obra de evangelización y de promoción humana del Continente? ¡Cuánta inversión de hermanos involucrados en este proyecto, hemos podido admirar, y qué semilla tan fecunda supieron esparcir!   

2. Su fina delicadeza humana: En segundo lugar, me parece poder destacar lo que llamaría sus “delicadezas” de familia. En el curso de mi sexenio inspectorial, tuvimos el privilegio de contar, todos los años, con una de sus animadoras visitas de padre, hermano y amigo. Especial relieve tuvo la que realizó el año 1987, cuando celebrábamos el primer centenario de la llegada de los Salesianos a Chile: a Concepción, Punta Arenas y Talca. Durante unos 10 días, don Egidio presidió la celebración jubilar a lo largo del país. En esa ocasión, bendijo el Centro Salesiano de Espiritualidad de Lo Cañas, levantado con el concurso de toda la Inspectoría, como un signo destinado a recordar la fuente inagotable y fecunda de la misión salesiana: Dios. Una hermosa Imagen de la Auxiliadora, donada por él, recordó la que Don Bosco había puesto en las manos de los primeros misioneros salesianos que partían rumbo a América, iniciando la obra misionera en América. También Magallanes lo recibió con los brazos abiertos. En Puerto Natales, bendijo e inauguró el hermoso cuadro de María Auxiliadora, regalo suyo, a esa comunidad, ubicado en el ábside de la iglesia parroquial de la ciudad. La obra del insigne pintor Bogani, es una hermosa expresión de la presencia auxiliante de la Virgen en la obra misionera salesiana de Magallanes. Años más tarde, otra obra del mismo pintor, enriqueció la iconografía religiosa de la Diócesis más austral del mundo, en el templo parroquial “San Francisco de Sales” de Puerto Porvenir.

Podemos decir que, llegando a Chile, don Egidio se encontraba en casa, con hermanos cercanos, con los cuales había construido parte de la historia de esta Inspectoría, querido y apreciado también por las autoridades de la Iglesia y del País. No hay que olvidar que, en el año 1958, había obtenido la nacionalidad chilena. De verdad, Chile como solía repetir, era “la patria de mi vocación salesiana”. En esos días, la agenda no podía prescindir de un encuentro formativo con los hermanos jóvenes del noviciado, del post noviciado y con los estudiantes de teología; contemplaba, además, una visita de cariño a los hermanos ancianos y enfermos y un tiempo celebrativo con las Hijas de María Auxiliadora. Apreciaba realizar una breve salida al Cajón del Maipo, recordando alegres jornadas en la nieve y, de manera especial, haciendo memoria de su amistad con el P. Livio Morra, compañero y amigo, víctima, junto a un grupo de alumnos y a un profesor del Colegio “La Gratitud Nacional”, de la trágica avalancha de nieve, producida en Lo Valdés, el 7 julio de 1953.

Los días eran siempre pocos, para contener los compromisos y satisfacer tantos requerimientos de encuentros. Me permito una última pincelada que, entre otras cosas, refleja el fino humor del que estaba dotado. Me refiero a la bendición de los nuevos edificios de la Escuela Agrícola y a la inauguración del Proyecto Social en favor de los campesinos de los valles aledaños a Linares, atendidos pastoralmente por los Salesianos e esa Comunidad. La inversión había sido financiada por el Gobierno de Italia y realizada por la Fundación COE de Milán, dirigida por un carismático sacerdote ambrosiano. El acontecimiento contó con la presencia del Rector Mayor y, como invitado especial, del Embajador de Italia. La Comunidad educativo-pastoral de Linares, se esmeró que la celebración fuera solemne. Llegados a la Plaza de Linares, al lado de la Catedral, nos esperaba una carreta tirada por una yunta de bueyes. El P. Egidio y quienes lo acompañábamos, fuimos invitados a subir a la carreta y, con nosotros, revestido de poncho, lo hizo también el Embajador, que era originario de Roma. A un cierto momento, entre el cansino avanzar de los bueyes, se escuchó la voz del Rector Mayor: “Señor embajador, ¿no se siente, acaso, como un valeroso guerrero romano, recorriendo triunfante las calles de la ciudad de Roma, llevado por un carro de veloces caballos?”

Desde muchacho, en el Oratorio Salesiano, había aprendido a respirar el aire puro de la alegría, en la que Don Bosco, hacía consistir la santidad de sus muchachos; la sabía cultivar en la práctica de un buen partido de fútbol o, en una excursión que podía terminar en una pista de esquí, en un asado a las brasas compartido o, en la cima de algún volcán. En la casa de La Pisana, la celebración del Dieciocho no pasaba desapercibida: siempre acompañada por hermanas y hermanos chilenos, temporalmente residentes en Roma, con empanadas, un trago de pisco sour y buen vaso de vino, “profundamente humano y rico en las virtudes de su pueblo”.

3.  Su singular inteligencia puesta al servicio de la vida y misión de la Iglesia: Llegado a Chile, el seminarista Egidio Viganó se distinguió por su singular inteligencia y dedicación al estudio. Fue alumno brillante de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile; licenciado y doctor en el mismo centro de estudios; profesor de dogmática y, más tarde, elegido por sus pares, decano de la facultad, y finalmente, propuesto al Gran Canciller como candidato de consenso de las partes en pugna, para ocupar el cargo de Rector de la Universidad, en un período particularmente delicado de su historia.  

Como salesiano, supo poner sus conocimientos teológicos y su experiencia formativa al servicio de la Iglesia chilena, latinoamericana y universal, sea en la formación intelectual de los futuros sacerdotes, como acogiendo la petición de colaboración de parte de obispos chilenos, de la misma Conferencia Episcopal de Chile, del CELAM y de varios Dicasterios de la Curia Romana. Asesoró el Card. Silva en el curso de las sesiones del Vaticano II; fue Presidente de Conferre (Conferencia de Superiores Mayores de los Religiosos de Chile); participó en varias Asambleas Plenarias de la Conferencia Episcopal de Chile y tomó parte activa en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín, Puebla y Santo Domingo.  Como Rector Mayor, fue miembro y Presidente de la Unión de Superiores Generales y participó en varias Asambleas del Sínodo de los Obispos, aportando competencia teológica, sabiduría pedagógica y experiencia pastoral. No pocos Dicasterios de la Curia Romana lo tuvieron como miembro o como experto, consultado en materias de sus competencias o en la redacción de importantes documentos pontificios. Juan Pablo II le solicitó también la predicación de los ejercicios espirituales a la Curia Romana y, en otras ocasiones, buscó su opinión y su consejo. Con ocasión de su fallecimiento, pudo expresar: “Doy gracias al Señor por haber regalado a la Iglesia una figura tan ejemplar de sacerdote, generosamente comprometido en la nueva evangelización del mundo contemporáneo, precioso colaborador de la Sede apostólica en la vida de la Iglesia…”

No puedo terminar esta memoria agradecida, sin destacar el impacto positivo que su misión ejerció en la Vida Consagrada de la Iglesia. Lo hizo con el espesor carismático de su personalidad de religioso y profundamente convencido de tratarse de un don singular del Espíritu para la Iglesia y para la humanidad. Los Salesianos tuvimos en él a un guía providencial que supo conducir la Congregación en un mar, a veces agitado, por el cambio de época, que él solía definir “copernicano”. Supo leer con sabiduría los signos de los tiempos, discernir la voz del Espíritu y educarnos, con sana pedagogía, a seguir el rumbo de la renovación conciliar, providencial invitación del Espíritu a ser Iglesia de Cristo abierta y acogedora entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En esta misión concentró muchas de sus energías espirituales, y de sus intervenciones pastorales, compromiso que extendió, con solidaridad, más allá del círculo de la Familia Salesiana, comprometiéndose  con otros Institutos de Vida Consagrada, trabajando en el seno de la Unión de Superiores Generales, colaborando con el Dicasterio para la Vida Consagrada de la Sede Apostólica, y de manera especial, participando activamente en las sesiones de la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos “Sobre la Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo” del año 1994.

CONCLUSIÓN

Los veinte y cinco años del paso a la Casa del Padre de don Egidio, no son solo una invitación a recordar, sino un llamado a ser fieles a un patrimonio que nos pertenece y del cual debemos sentirnos responsables para ésta y las próximas generaciones de jóvenes. La memoria de su existencia, consagrada al Señor en la Iglesia, viviendo y animando el carisma salesiano al servicio de los muchachos, se convierta en un renovado compromiso de continuar, como lo hizo el P. Viganó, la misión salesiana en Chile y en el mundo, con la estatura espiritual de nuestro santo Fundador: “profundamente humano y rico de las virtudes de su pueblo, abierto a las realidades terrenas, profundamente hombre de Dios y lleno de los dones del Espíritu Santo.” (cfr. Constituciones Salesianas,21). Quienes hemos tenido el privilegio de conocerlo, de apreciarlo y de quererlo, no olvidamos su figura de hermano sabio, emprendedor y optimista, rico de humanismo cristiano, de sabiduría teológica, de amor a la Iglesia y de fidelidad a Don Bosco. De verdad, le debemos mucho.

No dejemos de recordarlo en nuestra oración. 

Un cordial y fraterno saludo.

El Señor, Buen Pastor y la Auxiliadora los bendigan abundantemente.

Ricardo Card. Ezzati Andrello, SDB

Arzobispo emérito de Santiago

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